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De la Sagrada Escritura
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi misma carne para la vida del mundo. Jn 6, 51-52.
Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre en mí mora y yo en él. Jn 6, 56-57.
Estando cenando, tomó Jesús el pan, y lo bendijo, y partió y diósele a sus discípulos, diciendo: tomad y comed, éste es mi cuerpo. Y tomando el cáliz dio gracias, y se lo dio diciendo: Bebed todos de él, porque ésta es mi sangre del Nuevo Testamento. Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20; 1Co 11, 24-26.
Quien comiere este pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del cuerpo y de la sangre del Señor [...], porque quien le come y bebe indignamente se traga y bebe su propia condenación. I Cor 11, 27-29.
Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre no tendréis vida en nosotros. Jn 6, 54.
Trabajad para tener no tanto el manjar que se consume, sino el que dura hasta la vida eterna, el cual os dará el Hijo del hombre. Jn 6, 27.
He venido para que tengan vida y la tengan en más abundancia. Jn 10, 10.
Sacrificio y Sacramento
Y con la Sagrada Eucaristía, sacramento - si podemos expresarnos así - del derroche divino, nos concede su gracia, y se nos entrega Dios mismo: Jesucristo, que está realmente presente siempre - y no sólo durante la Santa Misa - con su Cuerpo, con su Alma, con su Sangre y con su Divinidad (J. Escrivá de Balaguer).
Tenemos con nosotros el "pan de los peregrinos", el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que se nos ofrece como fuente inagotable, para sacar de ella fuerza, serenidad, confianza en cada momento de la existencia (Juan Pablo II).
Presencia Real
y Substancial
de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía
Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por tanto, Cristo entero, sino que dijere que sólo están en él como en signo o en figura, o por su eficacia, sea anatema (Concilio de Trento).
Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor. Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, no deja un símbolo, sino la realidad: se queda Él mismo. Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria, una imagen que tienda a desdibujarse con el tiempo, como la fotografía que pronto aparece desvaída, amarillenta y sin sentido para los que no fueron protagonistas de aquel amoroso momento. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad (J. Escrivá de Balaguer).
Es preciso adorar devotamente a este Dios escondido: es el mismo Jesucristo que nació de María Virgen; el mismo que padeció, que fue inmolado en la Cruz; el mismo de cuyo costado traspasado manó agua y sangre (J. Escrivá de Balaguer).
¿Por qué tratas tú irrespetuosamente al sacramento tremendo? ¿No sabes que en el momento en que el sacramento viene al altar se abren arriba los cielos y Cristo desciende y llega, que los coros angélicos vuelan del cielo a la tierra y rodean el altar donde está el santo sacramento del Señor y todos son llenos del Espíritu Santo? […]. Por eso vosotros, sacerdotes, vosotros los ministros y los dispensadores del santo sacramento, acercaos con temor, custodiadlo con ansia, administradlo santamente y servidle con esmero (Juan Mandakun).
Esto que hay en el cáliz es aquello que manó del costado, y de ello participamos (San Juan Crisóstomo).
El Cristo eucarístico se identifica con el Cristo de la historia de la eternidad. No hay dos Cristos, sino uno solo. Nosotros poseemos, en la Hostia, al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo de la Magdalena, del hijo pródigo y de la Samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos, sentado a la diestra del Padre [...].
Esta maravillosa presencia del Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida [...]; está aquí con nosotros: en cada ciudad, en cada pueblo [...] (M. M. Philipon).
La Transubstanciación
Antes, pues, que se realice la consagración, el pan es pan; pero cuando sobre él descienden las palabras de Jesucristo, que dice: "Esto es mi cuerpo", el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo (San Agustín).
El cuerpo está verdaderamente unido a la divinidad, el cuerpo nacido de la Santísima Virgen: no porque el mismo cuerpo encarnado descienda del Cielo, sino porque el mismo pan y vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo (San Juan Damasceno).
Cristo no se hace presente en este Sacramento sino por la conversión de toda la substancia del pan en su cuerpo y de toda la substancia del vino en su sangre; conversión admirable y singular, que la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transubstanciación (Pablo Vl).
Adoctrinados y llenos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo (San Cirilo De Jerusalén).
La Sagrada Eucaristía y la Redención
No existe verdaderamente nada más útil para nuestra salvación que este sacramento en que se purifican los pecados, aumentan las virtudes y se encuentra la abundancia de todos los carismas espirituales. Se ofrece en la Iglesia en provecho de todos, vivos y muertos, porque fue instituido para la salvación de todos los hombres (Santo Tomás).
Este sacramento contiene todo el misterio de nuestra salvación; por eso se celebra con mayor solemnidad que los demás (Santo Tomás).
Es el sacramento de la pasión del Señor y de nuestra redención (Tertuleáno).
La presencia de Jesús viva en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo (J. Escrivá de Balaguer).
Efectos de este Sacramento
Jesús en el Sacramento es esta fuente abierta a todos, donde siempre que queramos podemos lavar nuestras almas de todas las manchas de los pecados que cada día cometemos (San Alfonso Ma. De Ligorio).
En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo (Concilio Vaticano II).
El efecto que este sacramento produce en el alma, de quien lo recibe debidamente, es la unión del hombre con Cristo. Y puesto que por la gracia el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros, es lógico que por este sacramento se aumente la gracia de quienes lo reciben dignamente. Todos los efectos que el alimento y la bebida materiales producen sobre la vida del cuerpo: sustento, crecimiento, reparación y placer, este sacramento los produce para la vida espiritual (Concilio de Florencia).
Quiere Él, para el bien de las criaturas, que su cuerpo, su alma y su divinidad se hallen en todos los rincones del mundo, a fin de que podamos hallarle cuantas veces lo deseemos, y así en Él hallemos toda suerte de dicha y felicidad. Si sufrimos penas y disgustos, Él nos alivia y nos consuela. Si caemos enfermos, o bien será nuestro remedio, o bien nos dará fuerzas para sufrir, a fin de que merezcamos el cielo. Si nos hacen la guerra el demonio y las pasiones, nos dará armas para luchar, para resistir y para alcanzar victoria. Si somos pobres, nos enriquecerá con toda suerte de bienes en el tiempo y en la eternidad (Santo Cura de Ars).
Es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, remedio para vivir en Jesucristo para siempre (San Ignacio de Antioquía).
El sacerdote realiza este sacramento hablando en nombre de Cristo. En virtud de las palabras, la sustancia del pan se cambia en el cuerpo de Cristo y la sustancia del vino en su sangre. De tal modo, no obstante, que Cristo entero se halla bajo la especie del pan y entero bajo la especie de vino; Cristo está contenido en toda porción de Hostia y de vino consagrados, después de la separación de las especies (Concilio de Florencia).
Esta costumbre (la de comulgar bajo una sola especie) con razón fue introducida para evitar algunos peligros y escándalos. Aunque en la Iglesia primitiva los fieles recibían la comunión bajo las dos especies, más tarde ha sido recibida bajo las dos especies por los que celebran, y bajo una sola por los laicos. Hay que creer con toda firmeza y no se puede dudar de ninguna manera que el cuerpo y la sangre de Cristo en su integridad están realmente presentes tanto bajo la especie de pan como bajo la de vino (Concilio de Constanza).
La
Sagrada Eucaristía una especial manifestación
del Amor de Dios hacia los hombres
Siendo el pan una comida que nos sirve de alimento y se conserva guardándole, Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no sólo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestándonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene (San Alfonso Ma. De Ligorio).
El amor de la Trinidad a los hombres hace que, de la presencia de Cristo en la Eucaristía, nazcan para la Iglesia y para la humanidad todas las gracias (J. Escrivá de Balaguer).
Cercanía de Cristo en la Eucaristía
Aquí es Cristo en persona quien acoge al hombre, maltratado por las asperezas del camino, y lo conforta con el calor de su comprensión y de su amor. En la Eucaristía hallan su plena actuación las dulcísimas palabras: Venid a Mí, todos los que estáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré (Mt 11, 28). Ese alivio personal y profundo, que constituye la razón última de toda nuestra fatiga por los caminos del mundo, lo podemos encontrar - al menos como participación y pregustación - en ese Pan divino que Cristo nos ofrece en la mesa eucarística (Juan Pablo II).
No sé qué trabajos, por grandes que fuesen, se habían de tener, a cambio de tan gran bien para la cristiandad; que aunque muchos no lo advertimos Jesucristo está, verdadero Dios y verdadero hombre, en el Santísimo Sacramento…, gran consuelo nos había de ser (Santa Teresa de Ávila).
Así como Jesucristo está vivo en el cielo rogando siempre por nosotros, así también en el Santísimo Sacramento del altar, continuamente de día y de noche está haciendo este piadoso oficio de abogado nuestro, ofreciéndose al Eterno Padre como víctima, para alcanzarnos innumerables gracias y misericordias (San Alfonso Ma. De Ligorio).
Más afortunados que aquellos que vivieron mientras estuvo en este mundo, cuando no habitaba más que en un lugar, cuando debían andarse algunas horas para tener la dicha de verle; no le tenemos nosotros en todos los lugares de la tierra, y así ocurrirá, según nos está prometido, hasta el fin del mundo (Santo Cura de Ars).
Más dichosos que los santos del Antiguo Testamento, no solamente poseemos a Dios por la grandeza de su inmensidad, en virtud de la cual se halla en todas partes, sino que le tenemos con nosotros como estuvo en el seno de María durante nueve meses, como estuvo en la cruz. Más afortunados aún que los primeros cristianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de camino para tener la dicha de verle; nosotros le poseemos en cada parroquia, cada parroquia puede gozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡Oh, pueblo feliz! (Santo Cura De Ars).
Tenemos necesidad de Él
Como seguidores de Cristo no despreciamos las cosas buenas de la tierra, pues sabemos que éstas han sido creadas por Dios, que es la fuente de todo bien. Tampoco tratamos de ignorar la necesidad de pan, la gran necesidad de alimento que tantos hombres sufren en todo el mundo, incluso en nuestras tierras [...]. Y sin embargo sigue siendo cierto que "no sólo de pan vive el hombre". La persona humana tiene una necesidad que es aún más profunda, un hambre que es mayor que aquella que el pan puede saciar - es el hambre que posee el corazón humano de la inmensidad de Dios -. Es un hambre que sólo puede ser saciada por Aquel que dijo: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida" (Jn 6, 53-55), (Juan Pablo II).
Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial. Si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia. Si tienes necesidad de ayuda, Él es vigor. Si temes la muerte, Él es la vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si refugio de las tinieblas, Él es la luz. Si buscas manjar, Él es alimento (San Ambrosio).
Jesucristo no es una idea, ni un sentimiento, ni un recuerdo. Jesús es una "persona" viva siempre y presente entre nosotros. Amad a Jesús presente en la Eucaristía […] Viene a nosotros en la santa comunión y queda presente en el sagrario de nuestras Iglesias, porque Él es nuestro amigo, amigo de todos, y desea ser especialmente amigo y fortaleza en el camino de vuestra vida de muchachos y jóvenes que tenéis tanta necesidad de confianza y amistad (Jn. Pablo II).
Desagravio y amor a la Sagrada Eucaristía
Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentís? ¿Por qué queréis ver cada día a vuestro Hijo en tan ruines manos? Ya que una vez quisisteis y consentisteis lo estuviese, ya veis cómo le pagaron, ¿cómo puede vuestra piedad verle hacer injurias cada día? Y ¡cuántas deben hoy hacer a este Santísimo Sacramento! ¡En qué manos enemigas le debe ver el Padre! (Santa Teresa de Ávila).
¡Oh, amor tierno y generoso de un Dios para con tan viles criaturas como nosotros, que tan indignos somos de su predilección!, ¡Cuánto respeto deberíamos tener a ese grande Sacramento, en el que un Dios hecho hombre se muestra presente cada día en nuestros altares! (Santo Cura de Ars).
Jesucristo dice: donde cada uno tiene su tesoro, allí tiene su corazón. Por eso los santos no estiman ni aman otro tesoro que a Jesucristo; todo su corazón y todo su afecto lo tienen en el Santísimo Sacramento (San Alfonso Ma. De Ligorio).
La Sagrada Eucaristía y la vida cristiana
La Sagrada Eucaristía introduce en los hijos de Dios la novedad divina, y debemos responder in novitate sensus (Rom 12, 2), con una renovación de todo nuestro sentir y de todo nuestro obrar. Se nos ha dado un principio nuevo de energía, una raíz poderosa, injertada en el Señor. No podemos volver a la antigua levadura, nosotros que tenemos el Pan de ahora y de siempre (J. Escrivá de Balaguer).
Para animar a los católicos a profesar valientemente su fe y a practica las virtudes cristianas, ningún medio es más eficaz que el que consiste en alimentar y aumentar la piedad del pueblo hacia aquella admirable prenda de amor, lazo de paz y de unidad, que es el sacramento de la eucaristía (León XIII).
Cuanto más pura y más casta sea un alma, tanta más hambre tiene de este Pan, del cual saca la fuerza para resistir a toda seducción impura, para unirse más íntimamente a su Divino Esposo: Quien come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en Mí, y Yo en él (León XIII).
Los ángeles que custodian la Sagrada Eucaristía
Llenos de temor, adoran, glorifican, entonan constantemente los misteriosos himnos de alabanza (San Juan Crisóstomo).
Sé que te doy una gran alegría copiándote esta oración a los Santos Ángeles Custodios de nuestros Sagrarios: "Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor." (J. Escrivá de Balaguer).
Los ángeles rodean al sacerdote. Todo el santuario y el espacio que circunda al altar están ocupados por las potencias celestiales para honrar al que está presente en el altar (San Juan Crisóstomo).
Otros pensamientos eucarísticos
La eucaristía es trigo de los elegidos.
Hemos de levantarnos de la Sagrada Mesa con fuerzas de león para lanzarnos a toda clase de empresas heroicas.
No en vano ha sido llamada la eucaristía pan de los ángeles y vino que engendra vírgenes. Los jóvenes sobre todo necesitan de este divino remedio para contrarrestar el ardor de sus pasiones juveniles. (Antonio Royo Marín)
En la eucaristía recibimos, real y verdaderamente al cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Su alma Santísima transfunde sobre la nuestra las gracias de fortaleza y resistencia contra el poder de las pasiones. Su carne purísima se pone en contacto con la nuestra pecadora y la espiritualiza y diviniza (San Juan Crisóstomo).
Parroquia, comunidad de almas eucarísticas peregrinantes cuya patria es el cielo, cuyo centro de vida es el Sagrario y cuyo alimento es el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Que vuestras conversaciones, vuestros procederes y hasta vuestros gestos de cada hora y de cada día sean apostolados de Jesús que por la mañana entró dentro de estas almas.
"Mi Corazón eucarístico se complace mucho en hacer confidencias a las almas pero encuentro pocas almas puras que lo comprendan". (Mensaje de Jesús a Dina Bélanger)
"Mi Corazón desea unir constantemente a sí todos los corazones por medio de la eucaristía, como Él mismo está unido a Mi Padre por el Amor, en la unidad y caridad perfecta". (Mensaje de Jesús a Dina Bélanger)
Quiero almas eucarísticas, o sea, almas de adoración en la tierra. (Del Libro Misterio del Amor Viviente)
Quisiera que el amor de mi eucaristía sea tan grande, que las almas de adoración proyecten alrededor de su casa mi Luz Inmaculada, para que esta Luz alcance a las almas, … a muchas almas. (Del Libro Misterio del Amor Viviente)
La Eucaristía sabe a Vida Eterna y sabe a María, porque la carne que se nos da en la Eucaristía es carne tomada de María. (M. Teresa de Ma. De Jesús Ortega)
¡Que alegría, que momento incomparable! Este momento en que Jesús cerca de mi lecho de dolor, espera que mi corazón sea purificado para darse a mí en su Sacramento de Amor, prenda suprema de vida eterna. Me parece que mi pobre y pequeñito ser desaparece, ya que no soy yo misma…, es tanta la calma y la paz divina que inunda mi corazón. (Marta Robín)
¡¡Quiero unirme a A.R.P.U.!!! |